"Los
 “crímenes” de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y de la 
presidenta Dilma Rousseff son sus esfuerzos para que los gobiernos de 
Argentina y Brasil representen a los pueblos de Argentina y Brasil y no a
 sus respectivas oligarquías y a Wall Street. En Washington esto 
constituye un delito grave ya que Washington utiliza a las oligarquías 
para controlar a los países de América del Sur. Siempre que los 
latinoamericanos elijan un gobierno que los represente, Washington 
derribará al gobierno o asesinará al presidente". (Paul Craig Roberts) 
 "En
 suma, lo ocurrido en Brasil es un durísimo ataque encaminado no sólo a 
destituir a Dilma sino también a derrocar a un partido, el PT, que no 
pudo ser derrotado en las urnas, y a abrir las puertas para un 
procesamiento del ex presidente Lula da Silva que impida su postulación 
en la próxima elección presidencial. En otros términos, el mensaje que 
los “malandros” enviaron al pueblo brasileño fue rotundo: ¡no se les 
vuelva a ocurrir votar a al PT o a una fuerza política como el PT!, 
porque aunque ustedes prevalezcan en las urnas nosotros lo hacemos en el
 congreso, la judicatura y en los medios, y nuestro poderío combinado 
puede mucho más que sus millones de votos" (Atilio A. Borón) 
 
 Dejémonos de paños calientes. Llamemos a las cosas por su nombre. Lo de
 Brasil ha sido todo un Golpe de Estado fáctico, es decir, ejecutado por
 los poderes fácticos, y como estos poderes son de carácter político, el
 golpe en Brasil es de tipo político, pero un golpe al fin y al cabo. 
Pero cuando no pueden ser políticos intentan ser económicos, como en el 
caso de Venezuela, o Argentina, y cuando no pueden ser económicos ni 
políticos, intentan ser militares, como en el caso de Honduras, o 
Paraguay, aunque no se dispare ni un solo tiro. El asedio de USA a la 
América Latina progresista es persistente, pues no pueden soportar que 
estén haciendo pequeñas revoluciones en su "patio trasero". Desde el 
Chile de Allende, pasando por la contra nicaragüense, por la Cuba de 
Fidel, por la Venezuela de Chávez, por la Bolivia de Evo, por el Ecuador
 de Correa, o por la Argentina de los Kirchner, los Estados Unidos no 
perdonan ningún intento de implantar políticas no digamos ya 
anticapitalistas o socialistas, sino ni tan siquiera de carácter más 
social. 
 Después de los casos de Honduras y de Paraguay, donde 
sus legítimos Presidentes (Manuel Zelaya y Fernando Lugo) fueron 
despojados del poder mediante sucias maniobras golpistas, ahora ha 
llegado el turno al Brasil de Dilma Rousseff, de Lula y del PT, cuyos 
opositores, elevados a la categoría de jueces políticos mediante 
perversas leyes, están legitimando auténticos golpes blandos para 
desalojar del poder a los dirigentes que mejor han representando y 
velado por el bienestar del pueblo brasileño. La estrategia de fondo ha 
sido muy similar a la ya practicada en otros lugares de la América 
Latina progresista, consistente en provocar altercados callejeros, 
manifestaciones antigubernamentales, desestabilización económica y 
política, hostigamiento mediático, y todo ello con la inestimable 
colaboración de los sectores de la derecha local, apoyados en la sombra 
por el gobierno estadounidense y el gran capital transnacional. 
Todo
 responde a la obsesión de sacar del poder a toda costa a los gobiernos 
de corte popular, para restablecer el criminal modelo neoliberal, que ya
 condujera a muchos países latinoamericanos (como está conduciendo ahora
 a los europeos) a la pobreza, a la exclusión y al desempleo de las 
clases populares, mientras la élite de la derecha alcanza cotas de 
riqueza y poder inusitadas.  
 En el caso de Brasil el cebo 
popular, el pretexto político para desarrollar su campaña, ha sido la 
corrupción, cuando los mismos que están detrás del derrocamiento de 
Dilma por "sospechas" de corrupción poseen un historial de corrupción 
probado y demostrado. Dicho de otro modo, los auténticos corruptos son 
los golpistas. Más concretamente, los instigadores del golpe y los que 
lo han corroborado con su voto son los que tienen abiertos procesos de 
corrupción en el Supremo Tribunal Federal. El objetivo está claro: 
desmontar a la fuerza lo que no han podido desmontar en las urnas, 
orquestar todo un proceso en la sombra de aparente legalidad 
institucional para revertir los avances en sanidad, en educación, en 
derechos laborales, y en fin, en instrumentos que garanticen la dignidad
 del pueblo. El destino final está claro, y no es otro que volver a 
situar a Brasil (a toda América Latina si les dejan) bajo las faldas de 
los gobiernos déspotas, desalmados y salvajes de los Estados Unidos. Les
 molestan los avances en la lucha contra la desigualdad, les molesta el 
reforzamiento del Estado, les molestan los sistemas de protección 
social, y los servicios públicos universales instalados durante los 
gobiernos progresistas latinoamericanos. Quieren imponer el regreso al 
Estado mínimo, a las "reformas" estructurales, a la dependencia y 
subordinación a los perversos mandatos del Fondo Monetario 
Internacional. 
 Les molesta la democracia y la soberanía 
popular, les molestan todos los intentos de recuperar una vida digna 
para las clases trabajadoras, y sólo persiguen la subordinación a las 
instituciones y organismos guardianes del orden mundial neoliberal, 
responsable de toda la devastación de países enteros, y de sus 
respectivas poblaciones, de la esclavitud de la deuda y de los programas
 de rescate. Y así, mediante un escandaloso y vergonzoso procedimiento 
de "juicio político" contra la ya ex Presidenta, han vuelto a consumar 
otro ataque golpista disfrazado de "democrático" y "legal". Los 
cómplices de la conjura han sido esta vez los mismos parlamentarios 
brasileños, de la Cámara de Diputados y del Senado, cuya mayoría es 
representante del gran capital, en vez de los intereses populares. El 
apoyo mediático nacional e internacional al golpe también ha sido, como 
de costumbre en este tipo de operaciones, fundamental. Casi todos los 
medios han presentado a una Presidenta corrupta, frente a unos 
representantes de las instituciones intentando velar por la democracia, 
cuando lo que había era un claro interés por despojarla del poder 
mediante cualquier pretexto. Como a Maduro en Venezuela, a Lula y luego a
 Dilma les ha sido muy difícil gobernar con todo el aparato económico 
neoliberal en su contra, cuyo único objetivo era desprestigiar y 
desgastar al gobierno a toda costa.  
 Aún así, las victorias 
electorales han podido siempre a los oscuros intereses de la derecha, y 
por ello organizan todas estas campañas de acoso y derribo, disfrazadas 
de procesos legítimos, para desalojarlos del poder por vías alternativas
 a las electorales. En el caso de Brasil, los grandes empresarios y la 
oligarquía le habían visto las orejas al lobo, como consecuencia del 
creciente protagonismo de clases populares, como los pobres, los negros y
 los habitantes de las favelas. A todo ello hay que unir las huelgas 
laborales, y las protestas juveniles, que ganaron sus respectivas 
batallas en las calles. El año 2013 fue especialmente intenso en huelgas
 y protestas, expandiéndose a sectores que anteriormente nunca se habían
 movilizado. Y así, trabajadores del sector de la alimentación (muy 
grande en Brasil) o de la limpieza urbana, reivindicaron mejoras en sus 
condiciones laborales, de salud o de seguridad, constituyendo peligrosos
 referentes para los sectores de la derecha. Y a pesar de la brutalidad 
policial desplegada para la represión de los sectores en huelga, las 
protestas sirvieron para canalizar núcleos de descontento popular, de 
denuncia y de defensa de los derechos humanos, en una escala creciente. Y
 todo ello constituyó la definitiva señal de alarma para los sectores de
 la oligarquía, que se han organizado finalmente para provocar el famoso
 "impeachment" sin causa justificada.  
 El resultado es que 
Dilma ha sido apartada del poder provisionalmente, mediante un golpe 
institucional y antidemocrático (por ir en contra de los 54 millones de 
votos), durante un período máximo de 180 días, durante el cual el Senado
 brasileño deberá decidir por una mayoría de dos tercios de los votos si
 la acusación contra Rouseff se ratifica o no. Pero mientras, es de 
suponer que Michel Temer, el sustituto de la ya ex Presidenta, oscuro 
personaje donde los haya, aprovechará el tiempo en intentar revertir 
algunos procesos y medidas tomadas por los sucesivos gobiernos del PT. 
Sólo la movilización popular, el apoyo del pueblo, de la inmensa mayoría
 social consciente de la auténtica naturaleza golpista de la maniobra, 
podrá devolver el poder a sus legítmos representantes elegidos, y 
detener esta involución democrática en uno de los países más pobres e 
injustos del globo. Esperemos que así ocurra. Pero aún así, no debemos 
nunca bajar la guardia: el diablo, que huele a azufre, parafraseando al 
Comandante Hugo Chávez, lo volverá a intentar, tarde o temprano.  
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