La 
ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich se quejó de las 
“noticias falsas” y la campaña viral que alguien completó con su voz 
tergiversada y el peinado desalineado. Pero poco se dijo del asesinato 
del joven mapuche Rafael Nahuel a manos del prefecto Francisco Javier 
Pintos, quien a pesar de estar acusado de homicidio agravado, fue 
liberado por la Cámara Federal de General Roca –los mismos jueces que 
pidieron su detención unos días antes-, en una voltereta argumental que 
va de la mano de una presunta pericia de Gendarmería contra los mapuches
 de Lago Mascardi. 
Por este
 crimen de fines de noviembre de 2017 –poco más de un mes después de que
 los buzos de la Prefectura Naval hallaran el cuerpo de Santiago 
Maldonado en el río Chubut-, Fausto Jones Huala accedió a un juicio 
abreviado y el otro testigo del asesinato de Nahuel, Lautaro Alejandro 
González aún se mantiene en rebeldía, prófugo de la ley. 
Pronto 
se cumplirán dos años de la desaparición de Santiago Maldonado en la Pu 
Lof en Resistencia Cushamen durante una represión ilegal de la 
Gendarmería en el kilómetro 1848 de la Ruta 40. El documental “El camino
 de Santiago”, que hicimos con la dirección de Tristán Bauer y un gran 
equipo de jóvenes realizadores en aquellas circunstancias en pleno 
desarrollo -durante 2017-, no es la única película que reconstruye la 
memoria de la Patagonia trágica de esta era de desguace. El sábado 
pasado se estrenó en el Malba el film de Carlos Echeverría, “Chubut: 
libertad y tierra”, que también se proyecta en el Gaumont. Con la excusa
 de la búsqueda amorosa de la historia vital del médico rural, Juan 
Carlos Espina en la zona de Esquel y El Maitén, Echeverría resumió en 
dos horas dos siglos de historia. 
Entre las vías
La lente
 de Echeverría se enfoca en la mirada de una mujer joven rubia de ojos 
claros. Ella le pone cuerpo al relato de la nieta del médico Juan Carlos
 Espina en el largo y vertiginoso camino que lo llevó de La Plata hasta 
El Maitén en la provincia del Chubut. Se trata de Mariana Bettanín. Hija
 de Leonardo, ex diputado nacional por el FREJULI, y asesinado por la 
dictadura. Así se precipitan historias dentro de otras como en una caja 
de pandora. 
“Nahue”,
 el personaje de Mariana, comienza a desandar el paso del tiempo en un 
cruce de vientos, estepa, vías y lugares tan bellos como inhóspitos. 
Nuestra Patagonia aparece en pantalla con el esplendor del infinito, la 
ambición humana, la pobreza endémica, el abandono y la persecución de 
los pueblos originarios mapuches y tehuelches, en contraste con la 
opulencia de las estancias inglesas y la extensión territorial de un 
millón de hectáreas de la Compañía de Tierras del Sud Argentino de la 
corona británica. En un pasa-manos jamás esclarecido, esas mismas 
tierras siguen estando en disputa. 
Muy a 
pesar de la adquisición que concretó el magnate italiano Luciano 
Benetton a las familias Paz y Ochoa en 1991, nueve años después de la 
Guerra de Malvinas; recién en 1982, los terratenientes argentinos 
reconocieron ante los militares que le habían comprado esas enormes 
extensiones de campos a los estancieros ingleses y que la operación 
comercial se habría realizado mediante un fideicomiso en una guarida 
fiscal. 
Una jueza le dijo a Benetton y Bullrich que la RAM no actuó en el sur y absolvió a 6 mapuches
La 
película de Echeverría demuestra que los siglos pasan, el paisaje es 
idéntico, pero con más alambrados, menos ovejas, más pinos, y unos pocos
 que se hacen ricos a costa de millones de  empobrecidos y muertos. El 
ultraje de la tierra y la tenaz acción política del médico Espina, 
primero en Esquel y luego en El Maitén, dan forma a la utopía de la 
reforma agraria con el peronismo proscripto y Arturo Frondizi en el 
poder provisorio. Espina logró ser diputado. El film lo muestra en su 
casa pintada de algo parecido a un color azul desteñido por la nieve y 
el frío que cala hasta los huesos. Una casita humilde en ninguna parte 
de todas las partes, con dos perros boxers a sus lados. La mirada 
enérgica de Espina vestido con una campera de cuero negro ante la cámara
 que comprime la ilusión del pasado con la misma casa en el tiempo. 
Echeverría invirtió 32 años de su vida para reconstruir un primer 
sentimiento que lo atravesó a los 14 años en esa misma casita azulada. 
Su padre también fue médico rural en El Maitén y cuando Espina se fue a 
Buenos Aires para ejercer la diputación, la familia Echeverría se mudó 
allí. Espina atesoraba diarios y libros apilados hasta el techo, y tenía
 colgada una antena de cobre entre dos grandes álamos para escuchar onda
 larga y corta en aquellos tiempos sin internet. La primera grabación de
 la voz de Espina, Echeverría la registró en 1988. El médico aparece en 
la cinta hablando de Frondizi y de cómo los traicionó con el asunto del 
petróleo. Luego llegaron otros encuentros para charlar. Espina se 
mostraba preocupado por Carlos, luego de que filmase la historia de 
Juan, el desaparecido de Bariloche. En la puerta de otra casa maltrecha,
 otro paisano que conoció a Espina. El relato de la memoria que enlaza 
las situaciones. La emoción a flor de piel. Pero el paisano no le abre 
la puerta a la mujer que dice ser la nieta del médico de El Maitén. 
Entonces, entrevistado y entrevistadora hablan por medio de los ojos, 
con una puerta desvencijada entre los dos. En el cine un silencio horada
 el pecho y la respiración se acelera entre los corazones trepidantes. 
Se suman más paisanos a la narrativa que lucha contra el olvido. Un hijo
 del cacique Emilio Prane –desalojado de sus tierras en 1937, cuando su 
comunidad indígena las habitó desde 1889 en el “Boquete de Nahuelpan”-, 
recibe a la joven junto al fuego con su voz gutural y un grueso y largo 
bastón de madera que golpea contra el piso como acentuando sus palabras.
 “Una vez vino uno de la Inspección de Tierras a querer sacarme de la 
casa y lo saqué a balazo limpio. Le tiré por encima de la cabeza con el 
revólver para asustarlo nomás, si me enfrentaba le iba a dar, era él o 
yo… Todo esto era de mi padre, todas estas tierras”, dice Prane con el 
brazo señalando afuera. Un cuadro captado por la cámara del genial 
Echeverría lo muestra parado con su mujer en la puerta de su rancho ante
 la inmortalidad del viento. Si nos detenemos en las huellas de sus 
rostros veremos por qué aquellas dos personas no necesitaban de muchas 
palabras para nombrar el sufrimiento. 
El tiempo circular
Una 
película se transforma como la arcilla. Echeverría comenzó el proyecto 
de esta película cuando era joven. Mariana, quien le pone el cuerpo a la
 hija de Espina, andaba con su mochila en la espalda. La historiadora 
Pilar Pérez –cuya obra sobre la Patagonia se podría definir como 
imprescindible- la acompaña en el documental de Echeverría entre 
vagones, tendidos ferroviarios y personajes que se han ido, aunque 
persisten en volver con sus voces a cuestas. Todo tiene un por qué. Una 
raíz. Una razón que mueve la locomotora y la acción. Por eso, Echeverría
 pone el ojo de la cámara en un bar de Esquel, donde Mariana compone a 
“Nahue” y entrevista al editor de “La Chispa”, Juan Chayep, quien 
trabajó con Osvaldo Bayer, denunciando los atropellos contra la familia 
del lonko Miguel Ñancuche Nahuelquir en Cushamen. En las imágenes se ve 
al abogado Julio Telleriarte –denunciado por Bayer en “La Chispa”- 
posando con un anciano mapuche que sobrevivió a la campaña de exterminio
 de Julio Argentino Roca. Y como al paso, Chayep cuenta la férrea 
oposición de la oligarquía patagónica contra las ideas de reforma 
agraria de Espina y sus amigos de “Libertad y tierra”. A tal punto fue 
así que tras el golpe del 24 de marzo de 1976, Espina fue incluido en 
una lista de “indeseables” por la dictadura cívico-militar y lo 
despojaron de sus trabajos en el Estado. Lo consideraban como a tantos y
 tantas “comunista”. 
En 1988 
andaba solo y viajaba a Buenos Aires, diez años después había enfermado.
 Al finalizar los ’90, el médico Espina sufrió un ACV que lo dejó mal y 
ya nunca fue el mismo. Pero su legado está en el documental de 
Echeverría que logra un triple objetivo: honrar a su propio padre médico
 en la figura de su amigo Espina, denunciar las injusticias contra los 
pueblos originarios de la región, y hacer de la memoria un arte superior
 para reflejar las represiones y asesinatos del presente. Cicerón decía 
que “no saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser 
incesantemente niños”.
Algo de 
esa fotografía infantil se refleja en los colores de Echeverría. Su 
poesía logra narrar el intenso frío y hasta lo que debía suceder.
 



 
 
