(CORREPI).- El plan común de las defensas para justificar el plan criminal
¿Llevaban palos? ¿Tenían gomeras? ¿Había personas con la cara tapada?
 ¿Tiraron piedras? ¿Buscaban pelear? ¿Por qué siguieron adelante con la 
movilización si percibieron un “ambiente hostil” en Avellaneda? ¿Sabe 
que Carlos Olivera fue condenado por abuso de armas? ¿Cuál era el 
objetivo de la movilización? ¿Mariano Ferreyra trató de subir a las 
vías? ¿Sabe que eso es un delito? ¿Mariano Ferreyra tenia una gomera? 
¿Había tumberas?
Éstas y otras preguntas similares son las que marcaron el rumbo de la 
estrategia común de las defensas de Pedraza, la patota de la UF y los 
policías federales cuando declararon en la sala los compañeros de 
Mariano Ferreyra. Preguntas basadas en una idea central que anima por 
igual a los defensores particulares y oficiales: están convencidos de 
que, si logran probar que los trabajadores tercerizados y las 
organizaciones que los acompañaban querían subir el terraplén y cortar 
las vías para instalar públicamente su reclamo; si logran probar que 
frente al ataque de la patota y las policías bonaerense y federal, los 
compañeros no pusieron la otra mejilla; si logran probar que las 
organizaciones tenían elementos para la autodefensa, podrán liberar a 
los asesinos de toda responsabilidad.
Esa estrategia, más vieja que la historia, de culpabilizar a la víctima,
 se apoya, también, en un hecho irrefutable: el sistema normativo que da
 marco a este juicio, y el aparato judicial encargado de aplicarlo, no 
es el de los trabajadores y el pueblo, es el que la burguesía construyó 
para dar legitimidad a su sistema de explotación.
Seguro que, según el código penal, interrumpir el tránsito, cortar una 
vía o hacer un piquete en la calle o frente a una empresa pueden ser 
definidos como delitos. Sólo basta que un juez así lo interprete. Vaya 
si lo sabremos, con más de 5.000 compañeros sometidos a procesos por 
protestar, por reclamar, por defender su dignidad. Van décadas de 
defender compañeros por esos “delitos”, o por otros como manifestarse 
con la cara tapada o portando un bastón en el cordón de seguridad. Pese a
 eso, ¿cuántas veces, cuando la movilización y la organización acompañan
 la defensa técnica, hemos derrotado a ese sistema normativo, a ese 
aparato judicial, y hemos arrancado la absolución y libertad de tantos 
compañeros?. Y a la inversa, ¿cuántas veces les hemos infligido la 
derrota inversa, logrando la condena de sus perros guardianes, policías,
 gendarmes, prefectos, guardiacárceles y vigiladores privados?
Para defender a los compañeros represaliados, o para condenar a los 
asesinos de uniforme, nunca hemos necesitado caer en la lógica del 
sistema. Sí precisamos conocerla, para usar sus herramientas técnicas, 
porque, mientras gobiernen ellos, no queda otro remedio. Pero nuestra 
propia estrategia está guiada por otra lógica, la misma que orienta la 
lucha sin tregua contra la opresión. La lógica que explica por qué, 
pesar de la presencia de la patota y la policía, los compañeros 
decidieron manifestarse el 20 de octubre de 2010, reacomodando el plan 
original a lo que realmente podían hacer en las circunstancias que 
enfrentaban. Una lógica que coloca al individuo en segundo plano, porque
 se priorizan los principios y las convicciones. Una lógica que ellos, 
claro está, no pueden comprender.
No vamos a derrotar el plan común de la burocracia sindical y el aparato
 represivo estatal en la defensa de los asesinos de Mariano Ferreyra —un
 plan tan común como el que diseñaron para ejecutar el crimen— negando 
la organización y la lucha. Todo lo contrario. Es con organización y 
lucha, y con la verdad, que podremos derrotarlos. 
Impunidad en la causa de Tato Mansilla
No confiamos en la justicia. No depositamos ni una sola ficha en su 
presunta imparcialidad. Por el contrario, la consideramos el eslabón con
 el que la clase dominante cierra y legitima su cadena de impunidad. 
Para nosotros, importa más nuestra conciencia que su sentencia.
Ahora bien, cuando denunciamos, cuando abrimos su instancia, cuando nos 
presentamos ante ella, lo que hacemos es obligarla, evidenciando sus 
hipocresías, poniendo al descubierto sus complicidades, mostrando cómo 
actúa en sintonía con los intereses del sistema que la contiene.
Nosotros no hablamos de sus contradicciones, las que tiene, constituyen 
la excepción confirmadora de la regla de impunidad que abastecen sus 
mecanismos justificadores.
En materia de represión y sobremanera de la preventiva, esa que se 
despliega cotidianamente contra los pibes pobres, a modo de apagar 
mechas rebeldes antes de que se enciendan, siempre que puede se esmera 
por terminar esa tarea específica del estado gerenciador de la sociedad 
con privilegios de clase.
Aún sabiendo qué representa, y si se quiere, por eso mismo, la lucha 
contra el sistema opresor indica que el suyo, es un territorio donde 
estamos obligados a dar batalla.
Si lo sabrá la familia de Jonathan Diego “Tato” Mansilla, asesinado en 
el año 2006 en Hurlingham. El gatillo fácil del estado, esa vez en manos
 del policía Sergio Daniel Nogueira, lo mató a pocas cuadras de su casa.
 La familia, junto a CORREPI, logró quebrar las primeras maniobras de 
impunidad que intentaron desplegar. Ni legítima defensa, ni exceso de 
esa defensa, un caso típico de homicidio agravado.
Desde 2009, la causa está en condiciones de someterse a debate oral y 
público en el Tribunal Oral Criminal Nº 3 de Morón. Desde 2010, el 
juicio se viene posponiendo, porque Nogueira —desde luego que en 
libertad— argumenta que está deprimido...
Esta semana, el tribunal, con la connivencia de sus peritos oficiales, debe resolver si esa depresión le impide ser enjuiciado.
Encubren, protegen, y, con eufemismos leguleyos convierten el derecho de
 defensa en un privilegio de los que están en su misma vereda. Si lo 
sabrán todos los familiares de CORREPI.
Dilatar el juicio, cuando llevamos seis años desde el crimen, es atentar
 contra la posibilidad de una condena efectiva. Lo sabe Nogueira y la 
justicia opera consecuentemente. Ni siquiera hay fecha tentativa de 
juicio.
Lo que probablemente no sepan ellos, es que desde CORREPI, por la fuerza
 de esos mismos familiares, no abandonamos y reafirmamos: para 
disciplinar y consagrar sus privilegios de clase, matan un pibe pobre 
por día y revictimizan a sus familias fabricando impunidad. Buscaremos 
la sentencia, aunque lo más importante sea tener conciencia del por qué 
se niega.
Córdoba: cuando los trabajadores nos organizamos, el estado no puede ocultar su naturaleza represiva
El jueves 23 de agosto, miles de trabajadores cordobeses, entre ellos la
 Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba (UEPC), el sindicato de 
los municipales (SUOEM), empleados de los Centros de Participación 
Comunitaria, áreas de salud, Luz y Fuerza, el Sindicato de Empleados 
Públicos (SEP) y los trabajadores de la Empresa Provincial de Energía de
 Córdoba (EPEC), se manifestaron en los tribunales de la ciudad de 
Córdoba, en repudio de la ley 10.087 recientemente aprobada por el 
gobierno provincial de De la Sota. Esa ley reduce aún más las 
jubilaciones provinciales, con el argumento de que la Anses no 
transfiere los fondos de convenios para cubrir el déficit de la Caja de 
Jubilaciones de la provincia.
En los alrededores del Palacio de Justicia los esperaba un amplio 
operativo policial que incluía a la infantería, antimotines, división 
canes y el Equipo Táctico Especial Recomendado (ETER). Mientras los 
dirigentes gremiales se encontraban en los tribunales, presentando una 
acción de inconstitucionalidad contra la reforma jubilatoria, y una 
medida cautelar para que no se aplique la ley impulsada por De la Sota, 
afuera, las fuerzas represivas desataron una brutal represión, con gases
 lacrimógenos y balas de gomas. Todo, al estilo que nos tienen 
acostumbrados los distintos gobiernos, llámense “populares”, 
“progresistas” o “de los derechos humanos”, que, a la hora de controlar y
 reprimir, dejan de lado sus diferencias y conflictos administrativos 
(en este caso los fondos coparticipables y la caja previsional) y 
muestran su coincidente naturaleza represiva.
El resultado, 15 trabajadores heridos y tres detenidos. De nuevo, por si
 quedaba alguna duda, este hecho demuestra que la represión selectiva, 
aquella que se descarga sobre los sectores organizados, cierra pinzas 
con la represión preventiva (gatillo, torturas en cárceles y comisarías,
 detenciones arbitrarias) descargada masiva e indiscriminadamente sobre 
los sectores más explotados y oprimidos por el sistema y forma parte de 
una misma política que el estado capitalista –a través de los distintos 
gobiernos geográficos y temporales que lo representen-, tiene para 
contener la protesta social.
Al igual que con los subtes en Buenos Aires y la represión de los 
obreros del Ingenio El Tabacal en Salta, las disputas y conflictos entre
 las distintas combinaciones de los gobiernos provinciales y el gobierno
 nacional, todos representados por políticos burgueses que defienden los
 intereses del capital, terminan en lo mismo, es decir, se resuelven 
descargando miseria y balas contra el pueblo.
Una semana de huelga, 34 mineros fusilados y un negocio que defender
Los trabajadores del Sindicato de Mineros y Obreros de la Construcción 
(AMCU) de Sudáfrica decidieron ir a la huelga, como parte de un plan de 
lucha por mejoras laborales. Una de sus reivindicaciones principales era
 llevar el salario de 500 dólares a 1.500.
Esta medida no fue acompañada por el Sindicato Nacional de Mineros 
(NUM), el sindicato burócrata oficial del sector minero, que acompaña al
 gobierno de Jacob Zuma. Las razones por las que la burocracia se negaba
 a acompañar a los trabajadores en su lucha, esta vez estaban más que 
claras. Altos funcionarios del NUM, además de sostener negocios con el 
gobierno, forman parte de la empresa minera Lonmin, lugar de explotación
 donde los mineros decidieron luchar por lo que les corresponde.
Luego de una semana de huelga, la Triple Alianza Antiobrera, esta vez en
 Sudáfrica, decidió actuar para defender uno de los negocios más 
millonarios del mundo. El gobierno atendió el pedido de la empresa y la 
burocracia de desalojar a los trabajadores y movilizó cientos de 
efectivos hacia el lugar.
Los policías encerraron a los trabajadores con un cerco de alambres de 
púas, para luego reprimirlos con granadas y gases y cuando aquellos 
lograron zafarse del cerco, las fuerzas represivas estatales 
respondieron con balas, fusilando a 34 mineros.
A este número hay que sumar otros ocho, fusilados la semana anterior, 78 heridos y 259 detenidos.
Después de los fusilamientos masivos, la empresa se abocó a intimidar a 
todos los trabajadores sobrevivientes para que regresara al trabajo. Sin
 embargo, la huelga continúa.
Por su parte, el gobierno de Zuma ya prometió una "investigación a fondo
 de lo ocurrido", pero "lo ocurrido" es que el gobierno, la empresa y la
 burocracia, respondiendo a los mismos intereses, se mancharon una vez 
más las manos con sangre para sostener las ganancias exorbitantes que 
deja la minería sudafricana, donde miles de trabajadores son explotados a
 destajo con el fin de proveer al resto del mundo de diamantes y joyas, 
que usan quienes los explotan a ellos en Sudáfrica y al resto del pueblo
 trabajador en otros países.
Esta vez, los fusilamientos tomaron relevancia mediática, provocando 
rechazos en todas partes del mundo, ya que existe un video que se 
difundió por internet, donde se muestra a la policía matando a los 
mineros. Pero, con video o sin video, en Sudáfrica o en Argentina, hay 
algo que ocurre constantemente y que poco tiene que ver con fronteras: 
una minoría poderosa contra la mayoría del pueblo trabajador.
Aquí y en todas partes, cuando los trabajadores deciden organizarse para
 luchar contra sus explotadores, caen sobre ellos las balas del estado.
El gatillo fácil neoyorquino y las prioridades del capital
Cuando apenas comenzaba a olvidarse el episodio ocurrido durante el 
estreno de una nueva película de la serie Batman, cuando un individuo 
comenzó a disparar en la sala del cine y causó varias muertes, llegó a 
las redacciones la noticia de un hecho que, en un principio, se presentó
 como similar: un sujeto alterado protagonizó un tiroteo en la puerta 
misma del ícono neoyorquino, el edificio Empire State, hirió a nueve 
transeúntes, mató a otro y luego fue certeramente abatido por la 
policía.
Con el paso de los días, se supo que el atacante era un empleado 
despedido hace un año de una empresa que funciona en el emblemático 
edificio de Manhattan, que disparó tres veces sobre el vicepresidente de
 la firma. Los otros heridos, cuatro hombres y tres mujeres, en cambio, 
fueron víctimas de las balas policiales.
La “explicación” de las autoridades fue que una extraña combinación de 
mala suerte y condiciones inusuales causó que las esquirlas de los 
proyectiles de punta hueca usados por la policía para derribar al 
alienado desocupado hirieran a seis de los nueve transeúntes. Los otros 
tres “colaterales”, en cambio, recibieron proyectiles directos, también 
policiales, pero de esos no se explicó demasiado.
Las balas de punta hueca o “dum-dum” se caracterizan porque, al 
impactar, se abren y expanden, causando mucho más daño a los órganos de 
la víctima que las balas blindadas, que, en cambio, perforan de lado a 
lado una persona si tienen la velocidad necesaria. En una palabra, es un
 proyectil mucho más letal que los encamisados, a tal punto que la 
Declaración de La Haya y la Convención de Ginebra prohíben su uso en 
tiempos de guerra, y las considera sólo aptas para caza mayor. El 
objetivo de una bala, aun en caso de conflicto militar, dicen, es poner 
fuera de combate al enemigo, no matar, por eso las balas que se emplean 
son blindadas, de bronce o de plomo recubierto de bronce. Las balas de 
punta hueca son para matar, no para herir.
Hasta 1998, la policía de Nueva York usaba proyectiles blindados. 
Después del escándalo desatado cuando una partida policial disparó 41 
balas —y le impactó 19— contra el joven inmigrante africano Amadou 
Diallo, porque vieron que tenía algo en la mano (era su billetera, que 
sacó para mostrar a los policías una tarjeta que decía “I don’t speak 
English”), el entonces alcalde, Rudolph Giulianni, propuso, por “razones
 humanitarias” el uso de balas de punta hueca, con el argumento de que, 
como producen un daño interno mayor en el impacto, uno o dos disparos 
contra el sospechoso bastan para matarlo, sin generar tremendas 
balaceras.
Hoy, los medios norteamericanos se preguntan cómo fue, entonces, que 
nueve personas recibieron “daños colaterales” por esquirlas y 
proyectiles directos, si tan seguras eran las “dum-dum”...
No es menor recordar que, si bien es “tradicional” en Argentina, como lo
 han admitido policías enjuiciados por gatillo fácil en numerosas 
oportunidades, que intercalen balas comunes o de punta chata con las de 
punta hueca en sus cargadores, desde 2008 los grupos especiales, como el
 GEOF, están legalmente autorizados para usarlas. Fue, desde luego, el 
actual senador kirchnerista Aníbal Fernández, cuando era ministro de la 
presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien lo autorizó mediante la
 resolución 1.770/08 del ministerio, entonces de Justicia, Seguridad... y
 DDHH.
Volviendo a EEUU, el que puso la cara para justificar las nueve víctimas
 no fue otro que el ex comisionado de la policía neoyorquina y gurú del 
Manhattan Institute, William Bratton. "Como en todo lo que respecta a armas y municiones, hay ciertos sacrificios de una cosa por otra que tienes que hacer", dijo Bratton. Sus prioridades –las prioridades del capitalismo- quedan bien explicadas. 

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