
(APe).- Escrito por Claudia Rafael.
Facundo Goñi es “la mala vida”. Limpiavidrios, de piel esculpida por viejas oscuridades, de figura magra y tatuada, es el fenotipo del marginado en una sociedad que estableció con notorio énfasis una línea feroz que divide entre nosotros y los otros. Pero Facundo Goñi también es hoy, lo que el defensor general de La Plata, Omar Ozafrain definió como “causa paradigmática de cómo a veces los procedimientos policiales conducen a la incriminación de inocentes”. De modo tan escandaloso, que la misma fiscal Graciela Riveros concluyó que “los funcionarios policiales actuaron con exceso de sus facultades al no encontrarse en una situación de flagrancia y tampoco entiendo que han justificado debidamente el estado de sospechas hacía Goñi. Procedieron igualmente a la requisa de un individuo sin orden judicial”.
En apenas unos días, la causa por “tenencia ilegal de arma de fuego y resistencia a la autoridad” mutó en una grosera desnudez institucional hacia el ya demasiado habitual armado de casos que ocultan un cruel ramillete de razones sistémicas: reforzar un estereotipo delincuencial hacia morochos, pobres y casi siempre analfabetos o semianalfabetos, captar fondos para la agencia de seguridad o disciplinar ejércitos de excluidos a su merced.