Por Marco Teruggi
Juan
 Guaidó se autoproclamó presidente interino de Venezuela. Lo hizo desde 
una tarima ante su base social movilizada en Caracas. De esta manera 
aseguró que conducirá los hilos de un gobierno transicional quien hasta 
el 5 de enero era desconocido, y asumió la presidencia de la Asamblea 
Nacional por la casualidad de rotación de partidos. 
Llegó
 el twitt esperado a los pocos minutos de conocido el hecho: Donald 
Trump, presidente de los Estados Unidos, anunció que reconocía a Guaidó 
como legítimo presidente. Siguieron quienes se sabía que lo harían: Iván
 Duque y Jair Bolsonaro. Se completó así la secuencia programada, el 
punto de no retorno. A partir de ahora el conflicto ha entrado en una 
nueva etapa peligrosa: el plan anunciado por parte de la derecha, 
dirigido desde fuera, solamente puede concretarse mediante una 
profundización de la violencia. 
El
 anuncio era esperado. En efecto el día anterior el vicepresidente 
norteamericano, Mike Pence, había grabado un video llamando a la 
movilización de este 23 y dando la bendición a Guaidó. Marco Rubio, 
diputado republicano, en cruzada contra Cuba y Venezuela, había por su 
parte mandado twitts con amenazas a Nicolás Maduro: “No empieces una 
pelea con alguien que ha demostrado que tomará acciones más allá de lo 
que nadie pensó posible”.
De
 esta manera quedó declarado el Golpe de Estado. La pregunta es: ¿cómo 
harán para materializarlo, es decir quitar por la fuerza a Nicolás 
Maduro? Una cosa es anunciar y otra es construir una correlación de 
fuerzas suficiente.
En ese 
marco las miradas están puestas sobre algunas variables centrales. En 
primer lugar, cómo evolucionará el frente exterior. Ya la Asamblea 
Nacional ha enviado a un representante a la Organización de Estado 
Americanos como representante del “nuevo gobierno”, y se espera que los 
Estados Unidos anuncien nuevas medidas para traducir en hechos concretos
 el reconocimiento a Guaidó. 
En
 segundo lugar, la calle. Este 23 la derecha demostró haber recuperado 
capacidad de movilización, algo que no lograba desde agosto del 2017. 
Esa es la dimensión pública de las acciones de calle, retransmitidas 
internacionalmente. Junto a eso existen las acciones violentas cometidas
 desde las tardes hasta entrada la madrugada, como sucedido el lunes, 
martes, y este mismo miércoles. 
Esta
 última dimensión es central: los actos son presentados 
comunicacionalmente como espontáneos, cuando se trata de acciones 
programadas, activadas por grupos armados -malandros con sueldo- para 
desatar acciones de incendio, asedio, intentar sumar a vecinos de las 
zonas populares, generar una sensación de acorralamiento al chavismo y 
poder a la derecha. Irá en ascenso, con la probable activación de 
fuerzas paramilitares con escalones más elevados que los presentados en 
el 2017 -donde llegaron a asaltar cuarteles militares-. Habrá más 
muertos, es parte del plan golpista. 
El
 chavismo se encuentra ante la pregunta de cómo enfrentar esa avanzada 
nacional e internacional, que busca quebrar la Fuerza Armada Nacional 
Bolivariana, promover zonas de conflicto en la frontera para justificar 
acciones de fuerza -el factor Colombia resulta central-, colapsar la 
economía, y empujar a la población a enfrentamientos civiles.
El
 primer paso fue el de movilizar este 23 de enero para demostrar que el 
chavismo no ha perdido su capacidad callejera. En ese mismo movimiento 
evidenció la unidad que se ha logrado mantener, que resulta clave en 
estas circunstancias. “No aceptamos un presidente impuesto a la sombra 
de oscuros intereses ni autoproclamado al margen de la ley. La Fanb 
defiende nuestra Constitución y es garante de la soberanía nacional”, 
escribió Vladimir Padrino López, Ministro de Defensa. 
En
 cuanto a las respuestas diplomáticas se ha dado la que se podía prever:
 el gobierno rompió relaciones con el Estados Unidos, y Rusia declaró 
nuevamente su reconocimiento a Nicolás Maduro como presidente. El 
conflicto venezolano es geopolítico. 
Junto
 a eso existe la necesidad de no caer en las provocaciones de la derecha
 que, a diferencia del año 2017, ha comenzado a llevar el conflicto a 
los barrios populares desde el inicio de la escalada. Se espera un 
despliegue de violencia que irá tocando diferentes puntos del 
territorio, un asedio armado a pueblos, barriadas, presentado como 
pacífico, trabajado con gran poder de rumores a través de las redes 
sociales. 
En cuanto a la
 Asamblea Nacional existe la pregunta de qué hacer. Ha sido declarada en
 ilegalidad por el Tribunal Supremo de Justicia, pero ¿cómo actuar ante 
la declaración del gobierno paralelo que es una declaración de guerra? 
Disolverla y llamar a nuevas elecciones sería seguramente apagar un 
incendio con gasolina, pero, ¿dejarla actuar y avanzar en su plan de 
Golpe de Estado es una opción? Las respuestas son complejas, contemplan 
múltiples factores a la vez, un filo peligroso. 
Venezuela
 ha entrado en una fase que no parece tener punto de retorno. El plan 
anunciado por Guaidó, dirigido desde los Estados Unidos, solo puede 
materializarse a través de la violencia. Buscan las vías, los actores. 
En cuanto a los tiempos están acelerados, la derecha no parece en 
condición de mantener un conflicto de estas características por un 
tiempo prolongado a nivel nacional. El 2017 ha demostrado que la 
violencia prolongada puede perder legitimidad y aislar al golpismo. 
Todo
 tipo de acontecimientos pueden desarrollarse a partir de este momento, 
desde las más pequeñas como un incendio hasta un hecho de alto impacto 
que sirve de catalizador. En cualquier momento. Es su tercer asalto 
violento en cinco años y piensan poder imponerse. Tiene un peso 
internacional determinante en este caso, y tienen también a su favor el 
desgaste producido por el cuadro económico. En su contra está el 
chavismo, un movimiento una y otra vez subestimado, que ha demostrado 
inteligencia y capacidad de maniobra democrática en escenarios que 
parecían perdidos. 
Marco Teruggi
