(APL).-(Por Andrea D’Atri/La izquierda diario) La 
denuncia por violación de Thelma Fardín contra Juan Darthés, acompañada 
por Actrices Argentinas, sigue teniendo repercusiones en las redes 
sociales y en los medios de comunicación. Uno de los debates más 
importantes que vuelve a estar en el foco del movimiento feminista es 
acerca de la efectividad o no de la política punitivista o de los 
escraches, ante la falta de justicia para las víctimas de la violencia 
patriarcal. Lo mismo sucede respecto del empoderamiento de las víctimas,
 su revictimización por parte de las instituciones y de los medios de 
comunicación como también, la imposición social de un rol de víctimas 
como el único posible para las mujeres, que oculta su histórica y 
colectiva potencia de lucha y transformación.
  
  
  
 
 
 
     La periodista Mariana Carbajal volvió a entrevistar a la 
antropóloga Rita Segato, quien fue muy solicitada, durante estos días, 
para aportar su conocimiento sobre violencia misógina. Segato advirtió 
sobre el riesgo de “despolitización de lo que está sucediendo”, por 
instalar la denuncia como un espectáculo mediático. “No quiero solamente
 consolar a una víctima que llora. El punto es cómo educamos a la 
sociedad para entender el problema de la violencia sexual como un 
problema político y no moral”, planteó en la entrevista publicada en 
Página/12.
 Sobre la victimización, Rita Segato, añade: “El victimismo no es una
 buena política para las mujeres. Lo más importante en esta noticia y lo
 que los medios deberían destacar y repetir sin reserva y hasta con 
exceso es que quien rescata a Thelma es un grupo de mujeres, son sus 
pares, sus colegas, sus amigas, sus hermanas en el proceso político que 
estamos viviendo en Argentina y en el continente: mujer salva mujer y 
muestra al mundo lo que tiene que cambiar. No hay un príncipe valiente. 
Hay política, que es más lindo, más heroico y más verdadero. (…). Sin 
embargo, lo que destacan y repiten es la escena sin límite de la víctima
 describiendo la agresión y exhibiendo su dolor ‘mariano’”. Y agrega: 
“Se comprende la emoción reviviendo aquel momento y no debe estar 
ausente, pero la presentación de una sujeta acusadora solamente a partir
 de su dolor moral por lo que le ha sucedido –que es lo que los medios 
mostraron– no debería substituir ni desdibujar o anteponerse a la escena
 de una mujer que se ha vuelto una sujeta política y por eso denuncia”.
 Desde su propia experiencia personal, Thelma Fardín responde, en una
 extensa entrevista publicada por el diario Clarín: “A mí ya me sanó 
hablar, pero yo tengo esa fortuna que es la de poder ser escuchada. Es 
difícil decirle a todas las mujeres que hablen porque tal vez a muchas 
no las escuchen, en eso hay que insistir, en que nos escuchen, en poder 
hablar y ser escuchada de esta manera. No sé por qué justo pasó conmigo.
 Es interesante pensar por qué pasó todo esto”. Su reflexión apunta a lo
 que también denunció el colectivo Actrices Argentinas en su conferencia
 de prensa: la existencia de voces silenciadas por la desigualdad de 
poder, la precarización laboral que no les permite hablar o que sus 
relatos sean creídos.
 
Para la antropóloga, hay un fenómeno de politización femenina, que 
se observa en las calles. “No queremos solamente consolar a una víctima 
que llora. El punto es cómo educamos a la sociedad para entender el 
problema de la violencia sexual como un problema político y no moral. 
Cómo mostramos el orden patriarcal, que es un orden político escondido 
por detrás de una moralidad”. Cuando se refiere a la singularidad 
política del orden patriarcal, aclara que la escena de género es una 
escena de poder. En esa lectura, la violación no remite a una cuestión 
sexual sino a una relación de poder. Y no tiene ningún prurito en 
cuestionar fuertemente el desarrollo de corrientes feministas radicales 
que ven en el “escrache” la única perspectiva. “Cuidado con lo que vengo
 llamando ‘un feminismo del enemigo’, pues todas las políticas que se 
arman a partir de la idea de un enemigo caen irremediablemente en el 
autoritarismo y en formas de accionar fascistoides. El feminismo no 
puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos ‘naturales’. 
El enemigo es el orden patriarcal, que a veces está encarnado por 
mujeres”.
 Thelma expresa algo similar, que advierte desde la experiencia 
compartida con el colectivo Actrices Argentinas: “Ese sistema que antes 
funcionaba va perdiendo poder. Pero no siento que ese poder haya que 
cambiarlo de manos. Lo que quiero es que construyamos algo nuevo”. Y es 
contundente: “No creo en el escrache por el escrache, caer en eso es muy
 peligroso, no creo en la violencia sino en el poder de la palabra”.
 Segato, a su vez, reitera enfáticamente la necesidad de respetar el 
derecho a la defensa: “cuidado con los linchamientos, pues hemos 
defendido por mucho tiempo el derecho al justo proceso”. También 
establece una diferenciación entre lo que denomina “linchamiento” y los 
escraches que emergieron en Argentina hacia finales de la dictadura 
genocida, como una forma de acción política contra un Estado que no 
garantizaba la impartición de justicia contra los responsables del 
terrorismo de Estado. “El escrache, como lo habilitamos en Argentina 
cuando el Estado se volvió genocida, y en realidad podríamos volver a 
habilitar ahora, porque constatamos, como en el caso de Lucía Pérez o el
 caso del jury al Juez Rossi (que había dejado en libertad, a pesar de 
tener condena por violación, a quien mató luego a Micaela García), que 
la justicia nos traiciona, se elabora a través de un ‘proceso’, que es 
de justicia aunque no de justicia estatal. Cuando la justicia estatal 
falla, otras formas de justicia aparecen, pero no son espontáneas, pues 
hay deliberación, consulta, escucha, y la consideración por parte del 
colectivo de que se puede estar cometiendo un error – eso es el 
contradictorio, eso es el espacio para la posibilidad de la 
contradicción–. El linchamiento es una forma de ejecución sin ninguna de
 esas garantías. Es una ejecución sumaria, y extrajudicial en el sentido
 de que no está sometida a ningún tipo de deliberación, ni estatal ni de
 la colectividad en cuanto tal”.
 ¿Educar a la sociedad o transformarla de raíz?
 A Rita Segato la anima cierta esperanza en los cambios sociales que 
estamos viviendo con la emergencia política del movimiento de mujeres: 
“Los relatos que están aflorando y haciéndose públicos muestran 
claramente que estamos librándonos de un cierto mandato paterno, 
patriarcal, cruel, abusador, narcisista y castigador. Y es por la 
desestabilización de ese mandato que se cambia el rumbo, que se cambia 
el mundo”.
 Claro que, el cambio social radical que pudiera sentar los cimientos
 para el derrocamiento definitivo del patriarcado, no puede entenderse 
sólo como un cambio cultural, progresivo, evolutivo, generado por una 
“educación con perspectiva de género” y nuevos valores inculcados a 
quienes ocupan funciones en las instituciones del régimen político que, a
 su vez, son las que legitiman, reproducen y justifican la violencia y 
desigualdad de género, como la Justicia, las fuerzas represivas del 
Estado, los partidos políticos que mantienen este orden social, etc. En 
este sentido, las aspiraciones de Segato –que asesoró al gobierno 
mexicano en el caso de los femicidios de Ciudad Juárez, como también a 
la policía de El Salvador donde se contabilizaban altos índices de 
violencia de género entre sus propias filas, además de la brutalidad 
represiva de la institución-, resultan utópicas en función de la 
estrategia reformadora y educativa que propone, desde su lugar de 
reconocida experta académica en estos temas.
 Las mujeres son víctimas de los más sutiles micromachismos 
naturalizados de la vida cotidiana, de las desigualdades más nimias y 
más brutales establecidas cultural, política y jurídicamente en todos 
los ámbitos, como también de grados extremos de violencia y femicidios. 
No reconocer este hecho innegable conduce a reforzar los prejuicios 
patriarcales y sexistas. Sin embargo, los discursos posmodernos que 
parecen exigir el “empoderamiento” subjetivo e individual de las 
víctimas contra el sistema, también son revictimizantes al establecer 
quiénes son las “víctimas políticamente okey” y las que no.
 Ese paso importantísimo, de reconocer que han sido víctimas de 
violencia patriarcal, algo que miles de mujeres están haciendo –como 
puede observarse con solo ver lo que está aconteciendo en las redes 
sociales en estos días-, que permite salir del aislamiento y el 
silencio, reconocer la agresión y denunciarla, puede trascender la 
victimización sólo cuando las mujeres transforman ese dolor y esa bronca
 personales en la fuerza necesaria para luchar por un cambio social 
radical, algo que sólo es posible llevar a cabo en un proyecto 
colectivo.
 De lo contrario, el “empoderamiento” individual necesariamente 
termina en los “linchamientos” virtuales que deplora Segato, propios de 
lo que ella denomina un “feminismo del enemigo” que cae “en el 
autoritatismo y en formas de accionar fascistoides”.
 Ese proyecto colectivo, si se propone la estrategia de abandonar el 
lugar de la resistencia o las reformas permanentes que nunca terminan de
 concretar ese cambio de raíz, deberá reunir no sólo a las mujeres 
oprimidas por el patriarcado, que constituyen además la mitad de la 
mayoritaria clase de quienes son explotados. La clase trabajadora que 
tiene en sus manos el poder de hacer saltar por los aires los resortes 
del sistema capitalista y, donde las mujeres son el sector más 
explotado, será un aliado indispensable para las luchas contra el 
patriarcado como también para acabar con todas las opresiones, 
divisiones y desigualdades que el capitalismo reproduce y legitima para 
mantener su dominio, a través de la explotación de las grandes mayorías.
 
