Durante
la tarde del 19, integrantes de diversas organizaciones sociales,
artistas y autoconvocados participaron de la jornada cultural para
celebrar el cambio de nombre de la estación Avellaneda, que ahora lleva
el nombre de los militantes sociales asesinados en ese lugar, hace once
años.
Ya
se palpitaba desde el 13 de noviembre pasado, cuando el cambio de
nombre de la estación Avellaneda por el de Darío Santillán y Maximiliano
Kosteki se convirtió en Ley Nacional. Durante la tarde de ayer, la
modificación fue un hecho visible en los carteles de la estación, esos
que cada tanto decían “Darío y Maxi” y en el menor descuido volvían a
lucir un “Avellaneda”. Los pasajeros del Roca pasaban por la estación
quizá sin pensar que lo que en realidad estaban viviendo era un hecho
histórico: estaban presenciando el cambio de nombre de la estación, un
hecho de justicia.
En
el Hall central la tarde se preparaba con artistas plásticos,
audiovisuales y transmisiones sobre lo que estaba ocurriendo. Afuera el
clima era festivo: organizaciones sociales y autoconvocados se reunieron
como cada 25 y 26 de junio, como en cada pedido de justicia, pero esta
vez para celebrar una parte de la batalla ganada. La sensación era
compartida, faltaba mucho por hacer pero lo que estaba sucediendo era un
gran paso.
La
tarde transcurrió entre música y cantos. “Nos dijeron que no se podía,
tanta lucha se hizo alegría”, se escuchaba en coro, entre baile y
aplausos, mientras se esperaba el momento central de la jornada: la
lectura del documento y las palabras de Alberto Santillán, padre de
Darío.
Tras
el reconocimiento por la lucha social de agrupaciones y familiares de
víctimas de la violencia institucional, como son los casos de Luciano
Arruga y Carlos Fuentealba, por mencionar solo dos; Alberto Santillán
subió al escenario para expresar el verdadero significado de ese cambio y
todo aquello que representaba la figura de los dos jóvenes asesinados a
manos de la policía.
“Darío
y Maxi empezaron a cambiar la visión que se tenía de los movimientos
sociales”, destacó Santillán, quien rearcó la diferencia entre cuál era
el pensamiento común acerca de los movimientos populares hace algunos
años y el lugar que hoy ocupan, ese en el que ve cada vez a más jóvenes
multiplicando el ejemplo.
Si
hubo algo que se destacó, eso fue el hecho de compartir los dos nombres
como un homenaje a los de 30 mil desparecidos durante la última
dictadura en Argentina, en homenaje a los presos por luchar, a los
desaparecidos en democracia, a los que piden justicia. Eso es la
estación Darío y Maxi, un ejemplo de lo que puede generar el trabajo
comunitario, la pelea incansable y el hecho de entender para qué sirve
la unión.
La
tarde llegaba a su fin y con ella un día histórico. A partir de ese
momento, quienes no conocían la historia sabrían quiénes fueron Darío
Santillán y Maximiliano Kosteki. Quizá los más curiosos vayan más allá
de las simples explicaciones y entiendan ese acto de amor y valentía
ocurrido en el hall central de la estación, cuando Maximiliano cayó
herido y Darío sin pensarlo corrió a ayudarlo.
El
19 de diciembre fue este año y en ese lugar un espacio para la
reflexión, un lugar para entender que ese ejemplo despertó a miles y se
multiplica día a día en las actividades de agrupaciones que reclaman por
diversas causas, desde ambientales hasta educacionales, de las que
hablan sobre el derecho a la salud hasta las que reclaman por el fin de
las desigualdades sociales.
En
una fecha como la de ayer pero en 2001 comenzaba a desatarse una crisis
que golpeó fuerte en lo económico, social y político. Doce años
después, esa misma avenida en donde alguna vez las corridas, las balas y
los gases teñían de sangre otra parte de la historia; estuvo llena de
voces. Las voces de los que tienen algo para decir, algo para reclamar,
algo para informar.
Ayer
se demostró que esa misma avenida que fue protagonista de un desenlace
triste, fue en ese momento un lugar de festejo. Salir a la calle, hablar
con el otro, compartir un mate, agitar una bandera, hablar de
solidaridad y respeto. La calle no fue de las balas, fue del pueblo y su
conquista.
30
años de democracia, once años de los asesinatos, de la represión cruda,
once años de lucha. “Por una alternativa por los y las de abajo”, esa
fue la consigna. No la de ayer ni la de hoy, la de todos los días.