Por Mirta Landeira *
Sr Ministro:
No sé si Ud. va a leer esta carta, pero eso no impide mi necesidad de
manifestarme. Lo hago desde el lugar que configuran mis 34 años de
docencia, tiempo en que el que tuve la oportunidad de desempeñar
diversos roles: preceptora, directora, supervisora. Pero sobre todo, y
esto es lo que más enaltezco, profesora de miles (sí, digo bien, miles)
de adolescentes y jóvenes futuros docentes. Aclaro que no pretendo con
estas menciones construir un relato de pasado heroico, sino simplemente
definir un status: soy nada más (y nada menos) que una trabajadora de la
educación, aun en mi calidad de jubilada. A todos los roles mencionados
accedí sin ninguna connivencia ni arreglo con el poder de turno: es lo
que hace también la inmensa mayoría de compañeros que, desde el pie,
eligen transitar el camino de la docencia honesta y dignamente, en el
entendimiento de que estos valores no sólo se predican de manera
discursiva, sino que, sobre todo, deben sostenerse y ejemplificarse en
el hacer diario. Estas actitudes son las que nos permiten mirar a los
ojos a nuestros alumnos, tendiendo puentes que nos posibilitan
encontrarnos no sólo en las coincidencias sino también, y
principalmente, en las diferencias. Con esto quiero ahorrarle el
trabajo, si se lo quisiera dar, de rotularme con algún “ismo”, de esos
que a veces dicen poco pero resultan cómodos justificativos a la hora de
evitar el esfuerzo que podría suponer entablar un diálogo productivo
con los otros. Creo aclarado entonces desde qué lugar escribo esta
carta.
Me motivó escribir la presente su actitud del jueves pasado en Comodoro
Rivadavia. Sí, esa de salir por los techos de una escuela. Podríamos
hacer diversas interpretaciones: caracterizarla con variados adjetivos,
desde surrealista y grotesca hasta patética (con pérdida de zapato
incluida, lo que le otorga visos de comedia barata), o decir que fue la
única respuesta posible ante un acto de fuerte presión, si nos paramos
en la vereda de ciertos medios de comunicación (que simplifican la
realidad en dramatizaciones maniqueas, oponiendo esquemáticamente
buenos-malos), o desde la óptica de algún funcionario trasnochado
intentando reescribir una historia a medida. También podríamos ver en
esa huida la forma en que Ud. encarnó, como en una burda metáfora
explícita, la manera de ¿gestionar? del gobierno provincial. Pero, en
fin, deseo trascender estas interpretaciones, sin descontar que tengo mi
opinión formada al respecto, parair, ahora sí, al objetivo de esta
carta.
El propósito que me mueve, sr. Ministro, es manifestarle, humildemente,
que con una frecuencia poco deseable los docentes también enfrentamos en
nuestro trabajo situaciones de extrema tensión provocadas por
decisiones erráticas - cuando no rayanas en la ilegalidad -provenientes
de los más altos niveles de la conducción educativa provincial,y que con
preocupante ligereza muchas veces se disfrazan o se justifican con el
ampuloso mote de políticas educativas (las que, de existir, sería
deseable que en alguna ocasión se pusieran a consideración de la
sociedad). Ante tales situaciones de conflicto, donde nos vemos
comprometidos y hasta enfrentados con los alumnos o los padres o a veces
los propios colegas, nuestra reacción no es escapar ni encerrarnos ni
desaparecer; mucho menos hacer gestos de dudoso gusto con los dedos. Por
el contrario: aunque en algunas ocasiones desorientados, en otras
disgustados y en muchas desilusionados y heridos, seguimos dando la cara
y poniendo cuerpo y alma en el aula y en la escuela porque entendemos
estos ámbitos como los verdaderos territorios donde se gestan y se
producen las legítimas transformaciones, esas que no se obtienen desde
un burocrático escritorio ubicado en una alejada oficina. Y fíjese Ud,
señor Ministro, quésignificativo: ante cada uno de estos conflictos
provocados, insisto, por decisiones tomadas por más o menos ignotos
funcionarios pero de las que tenemos que hacernos cargo, afortunadamente
en las instituciones educativas sólo apelamos a una herramienta tan
simple como escasa en ciertos niveles: el diálogo. Pero un diálogo de
verdad, franco, en el que se respeta y reconoce al otro en su verdadera
entidad y no se lo trata como un otro merecedor de ser menospreciado,
desvalorizado, “ninguneado”. No echamos mano -¡ni lo deseamos! –a
cuerpos policiales especiales que nos ayuden a destruir una biblioteca,
romper ventiluces, hacernos trepar con una soga. Por otro lado (y
pemítame la siguiente reflexión), tampoco sería sencillo para un
docente, teniendo en cuenta los salarios, reponer cada vez un par de
zapatos, ante el eventual hecho de que perdiera alguno en
circunstanciales huidas.
Le deseo que Ud. pueda solucionar de la mejor manera la situación que se
vive en Comodoro Rivadavia, con voluntad de escuchar - en el verdadero
sentido del término - los justos reclamos que hacen los docentes y
respetando como ciudadano democrático la enorme lucha que están llevando
a cabo, pese a que ya han sido víctimas de algunos desafortunados
“correctivos” (para usar una palabra hoy en boga) desde la
descalificación más brutal hasta el descuento de salarios, aplicados con
cierta prepotencia y aires de superioridad (para nombrar actitudes
también muy a la moda en estos tiempos). Está en sus manos elegir si, en
la historia de la educación de nuestra provincia, Ud. desea ser
recordado por tender generosos puentesde diálogo o por haber sido el
Ministro que eligió escapar por el techo de un colegio.
• DNI 11679416