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lunes, 25 de septiembre de 2017

EDITORIAL: APRENDER DEL ENEMIGO, HACER VALER LA DIFERENCIA A NUESTRO FAVOR

Con cierto grado de impunidad, el ministro de educación de Mauricio Macri, Esteban Bulrrich, revelaba la estrategia con la que pretendía doblegar a los sindicatos: “El gremio focaliza en una, le abriste 12, las otras 11 avanzan. Cuando se dieron cuenta que había una que se implementó, van atrás de esa y avanzás con las que no habías avanzado”, explica, con tono socarrón.  (Página 12, del 16 de febrero de 2017 https://www.pagina12.com.ar/20587-un-ministro-obsesionado-con-doblegar-sindicatos). Esto nos dejó perplejos, tanto por su grado de impunidad como por ser una estrategia difícil de responder. Por otro lado el campo popular, nuestro campo,  se encuentra lleno de diferencias que nos dividen y nos mantienen ocupados en intentar demostrar cuál es la más verdadera, la más genuina, o la madre de todas las luchas. Si está en las fábricas, o en el campo, si es de género o de clase, si es en las redes sociales o en la calle, si es en los partidos políticos o en organizaciones de base apartidarias. En fin, vivimos en un mundo dicotomizado por un enemigo que nos ha partido en mil pedazos. Mientras tanto, el poder hegemónico sí tiene estrategia, sí se une y avanza, y va transformando social y políticamente hacia donde le conviene. 
Es momento de sacar la cabeza, y ver que estamos en un momento bisagra. Un momento que no es que no tiene vuelta atrás, pero que al menos llevará otros 40 años para recomponernos, como viene sucediendo desde la derrota a la última dictadura cívico militar. Es necesario comprender que este es un planteo más amplio que sólo Argentina. Que los anteriores, también lo fueron. Y que si ellos tienen una estrategia, es que nosotros no logremos tenerla. Ahora, ¿Cómo construir estrategia para el campo popular desde la desorganización en la que nos encontramos? Por un lado, será necesario ver y comprender la estrategia enemiga, y entender cuáles de nuestra acciones resultan más beneficiosas para ellos que para nosotros (y cuando decimos “nosotros”, estamos diciendo todo el campo popular, desorganizado, dividido, partidario, apartidario, que entiende a la lucha como de clase, o de género, en el campo o en las fábricas). Es importante tener en cuenta esto, porque es lo que nos va a indicar si estamos siendo partícipes de “su” estrategia o de la nuestra. Por otro lado, agrandar nuestra capacidad de confiar en que todas las luchas ayudan a crecer en conciencia. Es verdad que hay algunas más necesarias que otras, es verdad también que hay algunas, que “chupadas” por ONGs pasan a ser casi contraproducentes, pero todas las luchas fomentan un crecimiento de la conciencia. 
Nos falta darnos cuenta que por cada garca somos miles de laburantes, militantes, organizaciones, sindicatos, centros de estudiantes, centros culturales, juntas vecinales… Claro, ese es un primer paso, salir a ocupar y recuperar esos espacios de participación. Dejar la casa, la tele, e internet para salir a encontrarse con otros y otras. 
Si logramos recuperar esos espacios, y cada unx de estos espacios de organización encarna una lucha, no hace falta ni siquiera que todos vayamos a las mismas luchas.  Seguramente nos iremos encontrando, y en lugar de llevar una sola bandera, serán cientos de banderas. Porque el fin de homogeneizarnos, es del enemigo, no nuestro. Seamos diversxs, aprendamos a compartir los espacios y encontrarnos en las luchas.  Recuperemos las palabras, los sentidos… “juntos”, “podemos”, “somos”, pero también los más viejos como “revolución”, y los más viejos como “proceso”. Porque nuestra revolución nada tiene que ver con Menem, y nuestros procesos nada que ver con dictaduras. Porque juntos, sólo puede implicar al campo popular, y el campo popular juntos, somos más, muchos más que garcas y cipayos juntos. 
Y si Bulrrich quiere jugar a esa estrategia, somos nosotros quienes podemos jugarla mejor. Si lxs artistas salen a la calle a decir con arte; y los sindicatos capacitan a sus laburantes; y en el campo se arman cooperativas y cuidan la producción en forma conjunta; y si en las ciudades, se organizan agrupaciones y organizaciones políticas capaces de pensar estrategias de construcción barrial; y en las escuelas lxs docentes se organizan para que la educación sea transformadora; y en las universidades lxs estudiantes se organizan para repensar críticamente los planes de estudio que han sido preparados por Monsanto, las mineras, las forestales, las farmacéuticas, los negociados garcas que pretenden formar aplicadorxs de negociados y no técnicxs capaces de pensar qué es mejor para la gente; y en las secundarias se forman centros de estudiantes capaces de oponerse a reformas educativas que responden a intereses empresariales; y  los medios de comunicación comunitarios, alternativos y populares se enriedan en lugar de competir por su protagonismo, y se llenan de participantes en lugar de vaciarse; entonces, ni Bulrrich, ni Macri ni nadie podrá detenernos. El Che lo decía de esta manera en un discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas un 12 de diciembre de 1964: “Ahora esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el Continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir, porque ahora los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad o el tráfico de las ciudades, en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de corazones con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia.”
Somos más. Muchos más, sólo nuestra ignorancia o egocentrismo por ellos fomentado puede dejarnos en desventaja frente a un poder hegemónico que es minúsculo.