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viernes, 5 de febrero de 2010

EDITORIAL: EDUCANDO PARA LA DEPENDENCIA

Pocas veces el destino de una institución devela tan claramente las intenciones mezquinas e impopulares de un gobierno (y en verdad hay que decir: de esa clase social enferma de avaricia, que es el verdadero gobierno) como en el caso del Centro de Educación Agropecuaria Nº 3 del paraje rural de Mallín Ahogado, cercano a la localidad rionegrina de El Bolsón.

La pregunta por el para qué de la educación rara vez se discute seriamente. En líneas generales, funcionarios y sindicalistas, incluso prestigiosos analistas políticos, se limitan a lanzar sus cruces de ideas respecto a la cuestión salarial o al “nivel educativo”, o en el mejor de los casos debaten sobre aspectos pedagógicos. Rara vez es posible escuchar algo que avance más allá de esos temas típicos. Los salarios pueden ser altísimos y la calidad educativa de excelencia, y aún así no está contestada la pregunta, que es ni más ni menos la razón de ser de la institución educativa en una sociedad, sea la forma que tome.

Los discursos oficiales reiteran mecánicamente, irreflexivamente, que uno de los grandes objetivos de la escuela pública es “insertar a los jóvenes en el mercado laboral”. Pero esta (aparentemente) loable declaración peca de una omisión básica: ¿qué mercado laboral? Los ministerios de educación abundan en especialistas de la palabra que hábilmente nos intentan regodear con dulces y progresistas discursos a la vez que se las ingenian por ocultar la nefasta realidad social que genera la administración inepta y corrupta de los gobiernos para los que trabajan. Quieren ocultar, en concreto, que Argentina padece una desocupación crónica, incluido un alto porcentaje de subempleo, de condiciones laborales cuya indignidad en nada se corresponden con la promesa de prosperidad a través del esfuerzo en el estudio.

Ahora la cruda realidad: la educación pública sirve, en primer lugar, para preparar a una minoría de niños y jóvenes a quienes este injusto sistema social les tiene reservado un lugar en lo que sus técnicos llaman “el mercado laboral”, que se podría identificar (idealmente) con el trabajo en blanco y bien remunerado. Una porción más pequeña aún será entrenada para ser la clase dirigente del futuro. La gran mayoría no habrá terminado la secundaria, y quienes ponen las reglas de juego en este sistema tendrán así una buena excusa para explotar gente a su antojo. Otros muchos tendrán el título de nivel medio en la mano (pero no la oportunidad de continuar estudios universitarios): aún así tampoco pueden estar seguros de que se salvarán de la codicia del capital.

A este objetivo primario, el de decantar las nuevas generaciones y estratificarlas para la sociedad futura, se suma otro no menos perverso: fortalecer la coerción sobre los jóvenes a través de unas instituciones (las escuelas) que, perdida su razón original de ser, se han transformado en espacios de “contención”, como admiten indirectamente los ministerios a través de sus documentos. “Contener” el conflicto social potencial de una franja de la población históricamente llamada al cuestionamiento de lo dado.

Un tercer objetivo apunta a la perpetuación de estas condiciones. Es aquel que busca que cada joven ser humano que ingrese en el sistema público de educación pierda la posibilidad de autonomía, de valerse por sí mismo, predicando que la única forma de vida válida es la que ofrece el espíritu acelerado, individualista, violento, consumista, inmediatista, sucio e inhumano de estas ciudades de principios de milenio. Fabricar mayorías inútiles es en Argentina un negocio formidable para los aparatos clientelares de los grandes partidos políticos.

En ocasiones, por evidentes “errores del sistema” seguramente, se producen desde el estado experiencias educativas muy valiosas, socialmente hablando. Es el caso del proyecto nacional de Expansión y Mejoramiento de la Enseñanza Técnico Agropecuaria (Emeta), programa que dio origen, en 1992, al establecimiento de educación no formal de Mallín Ahogado, en la cordillera rionegrina, que hoy se conoce como Centro de Educación Agropecuaria Nº 3. La escuela se proponía rescatar y potenciar los conocimientos de los pobladores rurales y generar, de paso, vínculos más sólidos entre los pequeños productores. Y así funcionó durante años, brindando cursos que surgían de las propias necesidades y demandas de la comunidad.

En el “Emeta” cientos de personas se capacitaron y compartieron saberes en cultivo de hongos, conservación de alimentos, cestería, cerámica, herrería, construcción natural, permacultura, producción de semillas, plantas aromáticas, uso de máquinas rurales, elaboración de quesos y lácteos, huerta orgánica, frutas finas, mejoramiento ganadero, apicultura, tejido, invernáculos, entre otros.

El primer golpe lo asestó el propio estado nacional, desentendiéndose del programa y librando a su suerte a las escuelas en cada provincia. El gobierno de Río Negro, por su parte, rápidamente intentó aplastar la experiencia, y en poco tiempo las escuelas de lo que fue el proyecto Emeta de la provincia dejaron de funcionar, a excepción de la de Mallín Ahogado, que fue férreamente defendida por su comunidad.

En septiembre de 1998 hubo un levantamiento popular histórico, el “Bueyazo” que manifestó su rechazo a las políticas de desmantelamiento del gobierno rionegrino. Más de 200 pobladores protestaron en una caravana de 12 kilómetros montados a caballo o en vehículos.

Sobre el CEA 3, sin embargo, ya pesaba un decreto de muerte. La manifestación logró aplazar las cosas, pero no conmovió a los cínicos funcionarios radicales. Por eso, de forma crónica, se sucedieron amenazas de cierre y operaciones de desgaste basadas esencialmente en el escamoteo de presupuesto y en la falta de nombramientos para los instructores, que pasaba meses sin cobrar un centavo.

Otro duro momento para el pueblo de Mallín Ahogado sucedió en mayo de 2008, cuando el Ministerio de Educación de Río Negro decidió dar un verdadero golpe institucional dentro del CEA 3, nombrando a una coordinadora de facto, la especialista en marketing Cristina Malfassi, por encima del Consejo Consultivo, la instancia de decisión legítima de la escuela.

A pesar de las numerosas expresiones de rechazo -cara a cara- a su intervención, Malfassi no pudo ser desplazada. La flamante funcionaria anunciaba por entonces que su ingreso respondía a un proyecto “para cambiarle el perfil” a la escuela, acorde al plan de transformar al paraje rural en un formidable negocio turístico-inmobiliario. Se hablaba ya de cursos de inglés, computación, hotelería, de mucama y gastronomía. Es decir, mano de obra barata para los grandes inversionistas.

La “gestión” de Malfassi fue llevada a cabo con tanto cinismo y frialdad, con tanta “eficiencia”, que hoy ya se puede decir que el proyecto original de la escuela fue prácticamente exterminado. La lista de aberraciones durante su coordinación de facto incluyen: costosos hornos arruinados (adrede), que eran necesarios para el taller de cerámica; la orden de destruir un aula levantada por los propios pobladores en el curso de construcción natural; el paso del arado sin aviso previo sobre una huerta orgánica destruyendo todos los cultivos; el anulación de los contratos de buena parte de los instructores.

En su oscura gestión, asimismo, empezó a funcionar una "Tecnicatura Superior en Producción Agropecuaria y Forestal", a cargo del ingeniero Hernán De Leonardis (otro coordinador nombrado a dedo), cuyos lineamientos corren en buena medida parejos con el modelo de producción agraria a gran escala, de carácter extractivo y destructivo del medio ambiente. Pero ni siquiera esto puede contarse entre los resabios del concepto de “educación agraria” si tenemos en cuenta las denuncias de varios profesores acerca de la falta de recursos para realizar las prácticas fundamentales que propone esta carrera.

El moño fue el anuncio reciente de que el maltratado CEA 3 será sede de una escuela regional de policía. Y ahora el plan está completo: mano de obra barata y guardianes (también baratos) de la propiedad privada de los que tienen todo. Al mismo tiempo, la eliminación de un espacio de encuentro para la comunidad rural, y con ello la erosión de sus valiosísimos saberes para trabajar y producir, conviviendo, con la Tierra. Es fácil adivinar el futuro de los hijos de esos campesinos: perdidos los conocimientos para ser autosuficientes (léase: independientes de los políticos de turno), la fase siguiente es la (mala) venta de las tierras familiares que pasarán a manos de los empresarios amigos del poder político. Una o tal vez dos generaciones vivirán en el mundo fascinante y mentiroso de la ciudad, en tanto el dinero poco a poco se irá esfumando. La tercera generación ya sabrá qué hacer: estudiará en la “escuela agraria” para ser policía o sirviente de los ricos.

Aplastar la cultura del trabajo y del espíritu comunitario para allanar el camino de la cultura de la especulación inmobiliaria. De la codicia desenfrenada, en suma, que es el cáncer de la humanidad y de los seres que padecen nuestras estupideces. Por suerte queda la certeza de que esta ideología que prima la obtención inmediata de riquezas por encima de cualquier otro valor no se sostendrá mucho tiempo. No hay manera de que escape a su propia autodestrucción. La pregunta, que es el desafío que hace crucial cualquier militancia por una Nueva Conciencia, es si nosotros logramos o no evitar irnos por ese desagüe.

En tanto, si es que no logramos como comunidad revertir el curso de los hechos, al menos no olvidemos, como dice una sentida canción, a los traidores que hoy colaboran con esas oscuras fuerzas: César Barbeito (ministro de Educación de Río Negro), Viviana del Agua (ex delegada de Educación, recientemente ascendida), Cristina Malfassi (actual delegada, como “premio” por su impecable gestión), Hernán De Leonardis (ex profesor devenido en puntero de la UCR), Oscar Romera (intendente de El Bolsón), Patricia Ranea (legisladora radical de Río Negro), Víctor Cufré (jefe de policía provincial), Diego Larreguy (ministro de Gobierno de Río Negro), Miguel Saiz (gobernador de Río Negro) y sigue la lista…


ARRIBA LOS QUE LUCHAN