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martes, 29 de septiembre de 2009

EDITORIAL 2: MILITARIZADOS

El Bolsón ha sumado a su paisaje de doble faz (mundo idílico para el turismo/mundo sórdido de la vida cotidiana) la presencia de patotas institucionales que la provincia de Verani y Miguel Saiz han bautizado como Bora. Ahora estamos más seguros, dicen algunos. ¿Seguros de qué, de quién? Dicen, en cambio, las malas lenguas, que hay dos maneras de ingresar a este equipo especial de policías antimotines: una es llenando una planilla de inscripción; la otra es “mandarse una cagada”, del tipo escaparse un tiro que termina con la vida de un inocente, del tipo uniformado que da una paliza demasiado severa a un sospechoso, del tipo policía que se calentó con una pendeja y la terminó violando. Parece ser, según esta perspectiva, que ésta es la peculiar versión de “premios y castigos” vigente en Río Negro. ¿Seguros de qué?
Los “muchachos” de uniforme azul marino ya han empezado a actuar. Sus blancos predilectos: los jóvenes, y en especial los de clase social más baja. En la plaza Pagano, por ejemplo, la juventud “Casi Ángeles”, los hijos de los dueños de todo, pueden estar tranquilos. No es para ellos el Bora. El Bora está para amedrentar “perejiles”, por simple portación de cara, para humillarlos en público con cacheos y operativos que dignificarían a los grandes del hampa. Están para montar la puesta en escena que ha pedido la parte rancia y prodictadura de la sociedad bolsonera.
Mientras tanto, y para terminar de trazar el carácter grotesco de todo este asunto, el intendente no sólo sigue libre, a pesar de las causas penales que ha acumulado en su contra, sino que es nada más ni nada menos que el referente del Consejo de Seguridad local. Romera, probablemente uno de los funcionarios más violentos de la triste Argentina del clientelismo y la corrupción.
En la provincia del secuestro y la trata de personas, en la provincia de la impunidad de los muchos funcionarios que se enriquecen a costa del pueblo (nadie está preso por los alimentos basura que proveía el estado rionegrino, por ejemplo), nos quieren hacer creer que el Bora va a dar solución a problemas que sólo se resuelven con políticas económico-sociales tendientes a garantizar el bienestar de toda la gente.
La policía está para otros menesteres. Está, por ejemplo, para desalojar a fuerza de balas de goma, bastonazos y gases lacrimógenos, a obreros de una fábrica en Pacheco (Buenos Aires, provincia de Scioli, flamante integrante de la nueva derecha nacional) que fueron despedidos por reclamar condiciones de seguridad frente a la pandemia de la gripe A. Los dueños, de Estados Unidos ellos, habían decidido escarmentar a quienes osaron pedir por sus derechos, y de buenas a primeras 150 familias se quedaron en la calle. Pero ahí estaban el estado nacional y el de la provincia de Buenos Aires, firmes junto a los intereses imperialistas. Y también la policía, que les dio su merecido a esos compatriotas que pretendían (y que pretenden, y que seguirán pretendiendo) mantener sus fuentes de trabajo.
Ya sabemos: si algo similar ocurre en El Bolsón, ya está el Bora agitando el aire con sus garrotes. Ya estamos militarizados.
Los militares hondureños han sido fieles aliados de los intereses de dominación de Estados Unidos durante los años oscuros de los ’70 y de los ’80. Allí viajaron varios de nuestros más eximios criminales de las Fuerzas Armadas a intercambiar “experiencias” sobre métodos de tortura y exterminio. No es extraño, entonces, que sea precisamente en ese país hermano donde rebrote nuevamente el intento de someter a los pueblos de nuestra América a regímenes de terror. Los yanquis emiten discursos de condena. Pero son sólo discursos. En el fondo no engañan a nadie; sabemos perfectamente quiénes están detrás del golpe en Honduras.
En El Bolsón, Buenos Aires y Honduras –o lo que es lo mismo: la vida cotidiana, nacional y latinoamericana- resuenan ecos del totalitarismo que pretende levantarse. Para que la historia no se repita, hay que reaccionar. Los países latinoamericanos, por primera vez en la historia, han rechazado unánimemente una dictadura. El pueblo hondureño, en la medida de sus posibilidades, enfrentando toques de queda y la amenaza de caer en campos de concentración, reacciona con la desobediencia civil y las protestas en las calles. Brasil ha reaccionado, y sentó una contundente posición contra las amenazas de los golpistas. En Buenos Aires, miles de estudiantes, trabajadores y militantes de organizaciones sociales y políticas han salido a expresar que el pueblo argentino no va a consentir que 150 familias queden en la calle por la prepotencia de una patronal gringa. En El Bolsón ya un sector importante de la comunidad, en marchas históricas y multitudinarias, ha hecho saber que no quiere un estado patotero. Ahora nos falta agregar que tampoco queremos al Bora en nuestro pueblo. Que tampoco queremos una sociedad militarizada. ¿Qué estamos esperando?